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Nos conocemos desde siempre y bien lo sabes que resulta inevitable y apropiado encontrarnos varias veces cada día.
Pero hoy no te ví. Hoy te observé minuciosamente, trascendentalmente; más allá de canas, gorduras, manchas, granos y arrugas. No sólo te observé, te sentí. Fueron momentos especiales.

• Suspiré contigo añorando todo aquello que ansiabas y nunca fue. Y tu lágrima se hizo mía.
• Disfrutamos juntos repintando el arco iris de distantes y dulces recuerdos. Y me encantó tu sonrisa.
• Anocheció tu rostro, tus mandíbulas crujieron frente al desfile de antiguas heridas y traiciones. Y me adentré en tus sombras.

Después nos atrapó la nada, el rico divagar irresponsable, sin rumbo, sin reloj, sin grilletes. Y así nos quedamos absortos, frente a frente. Unimismados.

Te conozco tanto que a tu maldita angustia existencial puedo describirla en tres palabras: espontaneidad versus astucia. Eres y apruebas la primera; te urge y fastidia la segunda.
Todos tienen su careta y aunque reniegues mil y mil veces, tú tampoco puedes eludirla. Es más, no debes eludirla. Reconozco y aplaudo tus intentos obsesivos por hacerlo, pero también he contado uno a uno tus rotundos fracasos.
Sólo yo me llevo el privilegio de conocer tu frágil y extraña desnudez interna y por ello te pregunto ¿qué pretendes hacer sin tu careta? ¿Hasta dónde llegarás si tu cabeza es una fábrica de cuentos de hadas, si empecinadamente siembras flores en pantanos, abismos y desiertos y eres cursi creyente de milagros? Lo quieras o no, necesitas careta. Tú más que nadie.

¡Vamos, vamos! Límpiate esos mocos. No es cuestión de llorar. Es la vida.

Cada vez que te me acercas, sangras por ese montón de calendarios añejos. No te atormentes. Me cuentan mis amigos que a todos les ocurre igual. La vida es una locura por hacer y, frecuentemente, nos volvemos más locos haciéndola.

A veces vienes a mí con la mirada huérfana. No siempre sé qué decirte entonces. Únicamente sé lo que tú sabes y patinamos abrazados en la misma ignorancia. Solo puedo acompañarte en afectuoso silencio.

Tal vez te consuele saber que me fascina cuando te paras frente a mí y cantas, con ese timbre singular que anida en tu corazón y explota en tu garganta.

Espero te consuele saber que siempre me tendrás cuando me busques y si estoy opacado, con sólo pasar tu mano por mi cuerpo, tendré la nitidez suiciente para que, de alguna manera, sea tu alma gemela.

Pero si un día, por cualquier razón me desmorono, no te asustes. Jamás estará en mí malear tu suerte. No sufras, comprenderé que me reemplaces. Al fin y al cabo nadie es imprescindible.

Solo un último favor. Llegado el momento, recoge lo que quede de mí, colócame amorosamente en todo tu jardín y así multiplicaré para ti cada una de tus flores.
Tu espejo.