Van llorando; tus oros rizos
en mil cascadas.
Hacen alto sobre tus hombros...
y ruedan, sobre tú espalda empinada.

Tus labios: rocío en pétalos,
carmesí en filigranas,
es de luceros su halo,
cuando dicen que me amas.

Son tus ojos saltarines,
azabaches, cristalinos;
de pestañas como espadas,
que resguardan tu mirada.

El rosáceo clandestino
de tus mejillas albinas,
purpurino al devaneo,
cuando al soñarte, ¡te veo!

Como laderas tus hombros,
donde reverdece el tacto,
- epidermis de mis yemas -
el atrio de tus encantos.

Y de forma peregrina... aventurera,
voy descubriendo los valles,
¡par... de bellas pirámides!,
otoños de hojas muy verdes,
desiertos en primaveras,
oasis de aguas muy dulces,
serenas, aguamarinas,
Senderos en cordilleras,
inviernos hechos quimeras,
serranías con sus bosques,
manantiales y quebradas,
que humidifican tus montes,
en veranos y alboradas.

¡Y al mirarte!..., al mirarte
donde surge el ocaso;
donde la noche traviesa
abanica la luna,
al suspirar el Pegaso,
se me eriza el corazón,
El alma galopa fuerte,
tu piel quita la razón,
¡a Dios!... a Dios le ruego quererte
y al cielo pido perdón,
por soñar, sobre tu vientre.

Y la tengo frente a mí...
y no le digo nada,
¡porque sus ojos me hablan,
cuándo mis labios se callan!

Que agonía en la que estoy,
que presente tan absurdo.
No hay pasado, no hay futuro,
solo un sueño muy profundo.

Tal vez existas, tal vez... te esté creando;
pero de lo que sí estoy seguro, ¡es!...
que te seguiré soñando.

© Agosto 2007, autor: Guillermo Cano Botero